martes, 30 de abril de 2013

Crónicas de la tragedia: todo está guardado en la memoria

9 de abril-
           Uno de los efectos psicológicos posteriores a una catástrofe es la imposibilidad de encontrar un orden en las ideas, en la cotidianeidad. El día de la tormenta, fui ajena a la realidad, no me inundé y hasta la madrugada no me enteré ya que no tenía luz, ni agua, desde temprano. La gravedad llegó a mis oídos por familiares que me llamaban de fuera de la provincia, desesperados para saber cómo estaba, pero como movistar no funcionaba, sólo uno logró la comunicación. Para muchos este era su único medio de comunicación.
          El día miércoles por la mañana, hubo gente que fue a trabajar, no se había enterado de la gravedad. Las primeras huellas del agua que vi en las paredes superaban el metro sesenta, más de lo que mido. Fui a dar una mano a un amigo que perdió todo, por la zona de 25 y 36 y en una de esas esquinas habían fallecido cinco personas. Fue el rumor de la mañana “parece que hay algunos muertos”. Pero las crónicas de los que vivieron la tormenta comenzaron a circular y muchos de ellos habían visto como mínimo un muerto.
         La cantidad de relatos en las más diversas zonas, Villa Elvira, Berisso, La Loma, Tolosa, San Carlos…. Hace imposible que estén hablando de los mismos muertos, y la suma más simple no da cincuenta. La tragedia hizo que los que estaban afectados o los que decidimos estar del lado de los que menos tienen y fueron azotados por la inundación, no nos permitió salir a responder tantas barbaridades que se dijeron oficialmente. Porque mientras los gobernantes estaban preocupados porque todo empiece a parecer normal, y no declararon asueto jueves, ni viernes, y no declararon la emergencia sanitaria; nosotros, el pueblo, estuvimos ocupados en ayudar…
          Como ustedes estaban ocupados en ocultar su ineficiencia durante la inundación y posterior a ella, los que no teníamos intereses políticos detrás de esto, gastamos toda nuestra fuerza (y el mayor desgaste fue la falta de organización) en recorrer de una punta a la otra la ciudad para llegar a familias que nos enterábamos no les había llegado nada. Y entonces con autos prestados íbamos desde Berisso, a San Carlos, a Los Hornos, a Altos, a Villa Elvira, Puentes. Como ustedes estaban ocupados tratando de mantener cada día la mentira de los 50 muertos, mientras escuchábamos relatos y veíamos ratas, seguíamos ayudando y tratando de entender por qué tanto abandono e inoperancia.
¡Cómo se nos hubiese simplificado la tarea si alguna autoridad hubiese tomado un mapita!, y sentado en un sillón, sin necesidad de moverse mucho, hubiese recibido a todos los que quisimos ayudar, agrupaciones, o pueblo sin representación de una institución. Algo así como Manzaneros, y entonces podríamos haber llegado a cada familia más humanamente, censando la situación de cada vecino, y no llegando e informando como podíamos.
          Es verdad que llegaron muchos camiones y en algunos lugares había mucho, pero mucho. Podría destacar cosas muy negativas que vi y muy tristes, como un cura el padre Henry, que le pedíamos un poco de alimentos para un grupo de seis familias que nos esperaban. Ya oscurecía, habíamos ido a la zona de 139 y 15 en Berisso, donde abundan las casillas de chapa y madera pero no nos había alcanzado ante tanta necesidad. Les prometimos volver, pero ya no teníamos alimentos, ese día estábamos con gente del Movimiento de Estudiantes Peruanos, y justamente el padre es peruano. Mientras le contábamos la situación descargaban ante nuestros ojos un camión de mercadería proveniente del Banco de Alimentos, donde había hasta gomitas, alfajores, desodorante, enjuague para ropa, además de todo lo necesario para la emergencia.
           Pero cuando le dijimos que estábamos tratando de llegar a las familias que no recibieron e íbamos personalmente a llevarlo nos dijo que “todos venían con el mismo cuentito”. Le dije “Padre está oscureciendo, prometimos volver, tienen hambre y frio” A lo que respondió “No me vengas con el cuentito del frío porque yo tuve el agua hasta la rodilla, me tengo que ir a celebrar misa” y se fue. Quedamos parados unos segundos mirando como descargaban ante nuestros ojos el camión para cerrar el depósito hasta el día siguiente.
          Nos dijo que vayamos al Banco de Alimentos, en el Predio de vialidad la provincia de Buenos Aires, ahí en Berisso, son quienes concentraban las donaciones que venían de muchas empresas importantes. Nos atendió una mujer, que por cómo nos atendió sospeché que era alguna representante de Caritas y así era. La bronca no solo era la negación de lo que ahí veíamos abundaba, estábamos pidiendo para seis familias ese día (y esto era el depósito más grande, de todos lo que vi estos días), sino el trato. ¿Cómo le explicábamos a esa mujer que insistía que le digamos de qué zona éramos, que éramos de las más diversas zonas, y que los que estábamos trabajando no éramos afectados?
          Llegaba la noche, y daba tristeza no poder conseguir, viendo tan cerquita tanto. Unas chicas de la organización del Banco que pertenecían a “Un techo para mi país” en medio de esta situación charlaron con nosotros y nos ayudaron a poder retirar de un centro próximo. Entendieron rápidamente que no éramos un grupo con un nombre institucional, sino jóvenes de distintos sectores trabajando. En ese momento de tanta impotencia el trato, la gestión, la inteligencia práctica, y la caridad de estas chicas fue una caricia al alma. (Gracias)
          También me dio aliento ver el informe de un padre de Villa Elvira, quien denuncia públicamente que solo en su zona hay cincuenta muertos. Me gustó ver muchos autos nuevos perdidos en las zonas más afectadas de la periferia, cargados con cosas, esa gente particular no le tuvo miedo a lo que medios decían de “zonas impenetrables”. Y si, era lógico, había que generar miedo a entrar, porque si uno entra es imposible creer que hay cincuenta muertos y es confuso también la necesidad de ahora con la desprotección y el abandono de siempre.
          Me gustó trabajar con grupos de militancia que no tenían otra camiseta que la del pueblo y trabajamos codo a codo, sin mayor distinción en el trabajo de “el que necesita” y “el que viene a dar una mano”. No puedo evitar contar la grandeza de gente de Barrios de Pie, que había perdido todo, en su casilla, y el día viernes aun no tenía dónde dormir y no quería llevarse un colchón de los que se habían conseguido “porque había gente que necesitaba más” y estaba trabajando para otros.
          Solo ideas sueltas, de una tragedia sin precedentes en la ciudad de La Plata, pocas ideas claras tengo aún de lo visto y vivido. La primera idea que se me viene a la cabeza es que teniendo que volver a nuestras actividades laborales, no vuelvan a ser ellos, una vez más, los desprotegidos y postergados de siempre, y después cuando se da el estallido social son los violentos.
          Lo segundo es que la humanidad, la caridad, la solidaridad no debe, no puede tener banderas políticas ni religiosas. En este momento habría que ser sumamente respetuosos de la situación y les debería dar vergüenza usarlo públicamente como lo están haciendo como rédito para algunos.
Y lo tercero, no perdamos de vista que demostramos tener fuerza como pueblo, que no decaiga. Hay que seguir trabajando.

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